¿Quienes Deberían Liderar La Obra Misionera?
A
medida que los años van pasando, he podido apreciar que la obra
misionera mundial está liderada mayoritariamente por pastores que
respaldados por iglesias fuertes, han decidido tomar el control de
las agencias misioneras o, si se quiere, del compañerismo de
iglesias que impulsan los apoyos necesarios para que los misioneros
puedan recibir el sustento económico en el campo de trabajo. Pero…
¿Es bíblico lo que estamos haciendo?
La manía del control
El ser humano, en general, desea el control de su propia vida. Quiere sostener la sartén por el mango, razón por la cual rechazamos naturalmente a nuestro Creador. Dios nos hizo para su gloria y honra y nuestra felicidad es completa, cuando cedemos ese control a nuestro Dios. Por supuesto, que eso no lo sabemos, no lo podemos experimentar hasta el día en que por Gracia Divina, por el puro afecto de Su Voluntad, Dios decide salvarnos. Ese día en que entendimos, por obra del Espíritu Santo, que la salvación pertenece al Dios de la Biblia y aceptamos el señorío de Cristo en nuestras vidas cediéndole el completo control a Él, ese día, nuestra vieja naturaleza no desapareció, sino que se convirtió en un rival que nos acompañará el resto de nuestra vida (Gál. 5:16,17). El pastor, como cualquier otro cristiano, no es la excepción. Uno de los puntos débiles de quienes recibimos el poder de liderar en la obra del Señor, es precisamente, la tentación de querer controlarlo todo. Es nuestra vieja naturaleza.
Cristo entendía perfectamente este problema intrínseco del ministerio pastoral, por lo que advirtió a sus discípulos en los siguientes términos:
Mateo 20:25-26 "Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor"
Pedro lo expresó en las siguientes palabras:
1 Pedro 5:2-3 "Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto;no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey"
Un ejemplo del problema que los pastores pueden llegar a tener con el deseo de controlarlo todo, lo tenemos graficado en una de las cartas del Apóstol Juan, quien lo manifiestó de la siguiente manera:
3 Juan 1:9-10 "Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia"
En líneas generales, creemos tener el derecho de controlar aquello que asumimos como propio. Si creemos que los recursos económicos de la iglesia son un resultado de nuestra pericia administrativa, en el fondo vamos no sólo a querer controlarlos, sino también controlar a quienes se los cedemos. Por ejemplo: Si como pastor, llamo a otro pastor para que me ayude, proponiéndole un sostén económico autorizado por la iglesia, luego, casi sin darme cuenta, comenzaré a tratarlo como si fuera mi empleado. Sabemos que Cristo es la cabeza de la iglesia y que él es el dueño de todo, pero en nuestras prácticas, asumimos "potestades administrativas" que no nos han sido confiadas. Lo mismo ocurre cuando los pastores que entrenan y envían misioneros, luego asumen que ese misionero debe seguir sujetándose a su autoridad, aunque haya emprendido una nueva obra en el extranjero. ¿Es esto bíblico?
Una enseñanza equivocada
Es un error creer que la iglesia envía misioneros, así como creer que el misionero es un "plantador de iglesias". El Espíritu Santo es el que envía (Hch. 13:4) y la iglesia entrena, aparta, aprueba, encomienda y despide (Hch. 13:2,3; 15:3) donde la palabra "despidieron" no deja lugar a dudas. La iglesia libera al misionero de todo lazo y responsabilidad para con ella. A partir de ese momento, el lazo que une al misionero con la iglesia es espiritual y moral, pero no institucional y legal. En cuanto a los misioneros, nosotros no podemos ser "plantadores de iglesias", porque sencillamente no es la tarea que se nos encomendó. La tarea es la de ir y hacer discípulos, bautizándoles y enseñándoles (Mat. 28:19,20), o predicar el evangelio más allá de los límites geográficos de la propia iglesia, pero la iglesia es edificada por Cristo (Mat. 16:18) y los miembros son añadidos por Dios (1 Cor. 3:7). En otras palabras, nosotros plantamos y regamos, si se quiere expresar en los términos de 1 Corintios 3.
Visiones diferentes
Nos encontramos en un paradigma distorsionado por nuestra visión limitada de la obra. La perspectiva, el enfoque, la comprensión espiritual y la proyección de la obra que tiene un pastor, siempre estará limitada por su propia perspectiva localista. Un pastor tiende a creer que sus métodos y prácticas pueden replicarse en cualquier parte y, como consecuencia de ello, exigirá a los misioneros que cumplan con sus estándares.
Sin embargo, uno de los tantos trabajos que tiene el misionero, es el de compartir la visión que el Señor le ha dado, a las iglesias que lo apoyan (Hch. 14:26-28). Ese contacto con diferentes obras le permite tener un panorama más amplio de cómo Dios trabaja, añadiendo a sus iglesias a aquellos que van siendo salvos, a pesar de que no todas las iglesias tengan los mismos métodos, prácticas o formas de enseñar. No todas las congregaciones usan solo piano para alabar, ni todas exigen ropa formal para ministrar, ni se reúnen al mismo horario ni la cantidad de veces que alguien imaginaría como ideal, pero todas están siendo usadas por el Señor, para la salvación de las almas.
El misionero tiene más oportunidad de lidiar y entender por experiencia lo que cuesta en términos de tiempo, economía, afectos y espirituales, el tener que cambiar de región o país, de lengua o de cultura; o las barreras que en términos personales hay que sortear para lograr llevar adelante la visión que el Espíritu Santo puso en su corazón; o los problemas familiares que tendrá que enfrentar, por tratar de llevar adelante tamaña empresa. En definitiva, la visión y experiencia más amplia del misionero, lo capacita para hacer lo que el ejemplo bíblico señala con claridad: liderar y coordinar la recolección de los recursos, en función de la visión misionera (ver el ejemplo de Pablo liderando la recolección de ofrendas voluntarias en 2 Corintios 8 y 9).
La tensión entre la necesidad y la carne
Lo cierto es que los misioneros deberían vivir del ministerio, lo que implica ser apoyado con ofrendas por diferentes iglesias (2 Cor. 11:8; Fil. 4:15); mientras que los pastores, que también deberían vivir del sostén de sus propias iglesias (1 Cor. 9:14), podrían tener una posición económica mas estable. La realidad económica del misionero, generalmente es más inestable, debido a la naturaleza de su ministerio, lo que lo pone en una posición más vulnerable frente a los pastores que tienen la ilusión de controlarlo todo. No por nada Pablo escribió "… en todo y por todo estoy enseñado, así como para estar saciado, como para tener hambre…" (Fil. 4:12). Sin embargo, se le hace difícil al misionero aceptar esta realidad, con una familia a cuestas. Esta tensión entre la idea que tienen algunos pastores de que no van a apoyar a misioneros que no cumplan con sus estándares, limitados por su propia visión localista de la obra, y la necesidad del misionero de recibir apoyo, ha llevado, poco a poco, a que los misioneros asuman una posición políticamente correcta frente a la mirada distorsionada que estos pastores tienen de la obra. El misionero asiente, no corrige al pastor y se amolda al modelo poco bíblico de la obra, haciendo equilibrio entre la necesidad de predicar el evangelio, sostener a su familia y declinar lo menos posible a sus propias convicciones personales. Esta actitud revela que nos hemos olvidado de "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" y de lo que realmente significa "no es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta". Como misioneros hemos perdido nuestra independencia y con ello, el liderazgo.
En el ministerio también nos enfrentamos a la tensión entre las necesidades legítimas del misionero (predicar el evangelio y sostener a la familia) y los deseos de la carne; en el caso del pastor el control y en el del misionero, gozar de un mejor estandar de vida. Esta lucha puede ser particularmente aguda para aquellos en posiciones de liderazgo. La necesidad de recursos para sustentar la obra misionera puede llevar a algunos a adoptar prácticas de control que, aunque bien intencionadas, terminan por sofocar la libertad y la creatividad del misionero. El Apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, aborda esta lucha interna:
Romanos 7:18-19"Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago"
Reconocer esta tensión es el primer paso para superarla. Al ser conscientes de nuestra propensión al control, podemos buscar activamente la dirección del Espíritu Santo y fomentar una cultura de confianza y cooperación, en lugar de control y dominación.
Conclusión
La obra misionera es un llamado divino que debe ser guiado por aquellos a quienes Dios ha equipado con una visión especial. Los pastores juegan un papel fundamental en apoyar y entrenar a los futuros misioneros, pero el liderazgo misionero debe estar bajo la dirección de aquellos que han sido llamados a ello.
La misión no es una carga, sino un privilegio y una aventura espiritual. Es una oportunidad para ver a Dios obrando de maneras sorprendentes y milagrosas. En 1 Corintios 3:6-7, Pablo nos recuerda que "Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento". Este versículo nos inspira a confiar en que Dios es quien da el crecimiento y hace prosperar su obra. Como iglesia, hacemos bien en apoyar a los misioneros (Fil. 4:14), orar, encomendar y encaminarlos, confiando en que Dios hará cosas extraordinarias que nos animarán a crecer y seguir dando recursos para Su Gloria y Honra.
Como misioneros, debemos ser fieles al llamado que Dios puso en nuestro corazón, confiando en la provisión que viene de Dios y no de las iglesias. No debemos buscar sólo apoyo económico en las iglesias, sino frutos que abunden en su cuenta, porque nuestro sostén e independencia debe venir de nuestra dependencia a Cristo.
La obra misionera es una hermosa colaboración entre Dios y su pueblo, una danza de fe y obediencia que trasciende fronteras y transforma vidas. Confiemos en el Señor de la mies, quien llama, equipa, ordena y envía; y celebremos el privilegio de ser partícipes en su gloriosa misión.