Ante Dios
Pagar el precio, será inevitable
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad" -2 Timoteo 2:15-
¿Cómo lo
hago? No puedo por mí mismo, porque en mi fuero interno se muy bien
quien soy: Un simple pecador, o peor aun: un traidor a la causa de
Cristo.
¿Quién de nosotros podrá alzar su mano contra los hombres que
van camino al infierno para arrojar la primer piedra contra ellos?
¿Quién de nosotros acusará a Pedro de traidor, cuando tantas veces hemos
menospreciado el sacrificio de Cristo, pisoteando una y otra vez la
sangre del pacto por la cual hemos sido salvados? (Heb. 10: 25-29)
¿Hemos sido salvos por Gracia? ¡Amén! ¿Hay un verdadero y sincero cambio
de vida? ¡Amén por eso también! Pero no podemos dejar de lamentarnos
por aquello que pudimos haber hecho y no hicimos (San. 4:17).
Este
cuerpo de muerte nos recuerda una y otra vez que necesitamos clamar por
ayuda
¿Quién nos librará? (Rom. 7:24) ¡Sólo Cristo puede hacerlo! porque...
"¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores" (Mal. 3:2).
Como líderes pecadores de un pueblo pecador, creo que no debemos nunca olvidar ante quien hemos de rendir cuentas. Será ante Dios,
y será cuando menos lo pensemos.
Es imposible ocupar el lugar que tenemos sin emitir juicios de valor. Debemos hacerlo desde nuestro lugar de pecadores, con temor (Jud. 1:23), pero usando la Biblia para repeler a todo mentiroso que se levante contra la verdad, porque para juzgar hemos sido puestos (1 Cor. 2:15); pero debemos hacerlo con justo juicio (Jn. 7:24), sabiendo que tendremos que rendir cuentas de lo que hemos hecho en nuestro rol de pastor o misionero (Heb. 13:17).
¿Te das cuenta ante quién deberemos rendir cuentas? Sólo podremos salir aprobados de semejante examen si Cristo se interpone. Son Sus méritos y no los nuestros los que nos ayudarán en aquel día. Por eso es muy importante que cada decisión ministerial que tomemos, la meditemos pensando qué es lo que le diremos al Señor, cuando llegue el momento.
Escribo estas palabras porque trato de alguna manera, de transmitirles la vergüenza que siento cuando me equivoco, la tristeza que me embarga cuando tengo que enfrentar una corrección en mi oficio de pastor y el temor que me impulsa a conservar una real independencia de criterio en cada decisión que tomo en el ministerio.
Quiero advertirles, hermanos, que las decisiones corporativas que afecten a la iglesia no debemos tomarlas ligeramente. Nosotros simplemente cuidamos un rebaño que no nos pertenece, no tenemos la libertad de decidir cosas por ellos, sin preguntarle antes al Dueño. Es mejor quedar mal con la "corporación", pero no con Dios. ¿Importa que nuestros pares nos desaprueben? Si nuestras decisiones son honestas y podemos defenderlas bíblicamente, ¿Importa que otros se enojen?
Alguien
me dijo con mucho tino, unas palabras que quisiera transmitírselas,
porque en su momento fueron de mucha bendición para mi vida:
"En el ministerio, llegará el momento en que tendrás que decidir entre hacer lo políticamente correcto o hacer la voluntad de Dios para tu vida; decidas lo que decidas, tendrás que cargar con las consecuencias"
Créanme que tendrán que hacerlo. No fueron pocos los pastores que al preguntarme cómo hago para trabajar tiempo completo en el ministerio, me miraron, unos con pena, otros con incredulidad, sin faltar los que se burlaron simplemente porque les conté a qué cosas hemos decidido renunciar con mi esposa, para dedicarle más tiempo a la obra. No lo hicimos solo por placer, sino porque nos pesaba la responsabilidad de tener que cumplir con la tarea asignada "a como dé lugar".
Nos equivocamos muchas veces en el camino pero Dios, que pesa los corazones, fue fiel. Hoy mi familia está detrás de este blog, y estamos dejando una iglesia capaz de sostener tiempo completo a un pastor preparado por nosotros; como prueba de la fidelidad de Aquel ante cuyo trono tendremos que rendir cuentas.
Debemos ser obreros, es decir: estar dispuestos a trabajar, ¡pero cuidado!, porque nuestro trabajo debe estar direccionado hacia el bienestar de los feligreses que estamos cuidando. A ellos deben ir dirigidos nuestros mejores sermones y esfuerzos. Lo digo, porque yo fui de esos pastores que reservaba sus mejores predicaciones para otros púlpitos, menospreciando el propio. ¡Qué ciego era por entonces! ¡Qué torpe fui! Pedí perdón a mi Dios y di un giro de 360 grados a dicha actitud. Fue entonces que los hermanos comenzaron a crecer tanto espiritualmente como numéricamente. Conozco pastores que son muy trabajadores, pero siempre están trabajando para causas ajenas a sus responsabilidades primarias. Trabajan mucho, pero sus congregaciones son pequeñas y débiles. ¡No seamos como ellos! A veces es mejor rechazar una invitación a predicar y quedarse a pastorear...
A veces es mejor rechazar una invitación a
participar de un retiro de pastores, a costa de ser criticado, antes que
desatender el rebaño de Aquel ante quien tendremos que rendir cuentas.
Debemos ser entonces, obreros aprobados, lo que significa que no debemos tener nada de qué avergonzarnos. La única manera de lograrlo, será confesando nuestros pecados ante Dios y ante cualquier hombre que pudimos haber ofendido. Cuando pedimos sinceras disculpas por nuestros errores, entonces nos convertimos en personas irreprensibles (1 Tim. 3:2) cumpliendo de esa manera con un deber cristiano y un requisito indispensable en la vida de cualquier pastor.
Finalmente,
debemos pastorear para ser aprobados usando bien la Palabra de Verdad.
Somos portadores de un mensaje que no nos pertenece y que debemos
retransmitir a las futuras generaciones. La Biblia puede usarse mal, lo
sé bien porque yo mismo lo he hecho enseñando equivocadamente. Por
supuesto que al rectificarme públicamente de mi error, lejos de perder
la confianza de "mi gente" la gané. ¿Por qué? Porque ellos sabían que
una de las características de los falsos maestros no es que usan mal la
palabra de verdad, sino que no rectifican sus errores. Por eso hermanos,
déjenme decirles que nuestro principal ministerio debe ser el estudio y
la ministración de la Palabra de Dios (Hech. 6:4) ¡Y eso sí que es un
arduo trabajo! La teología es una de las ciencias más abarcadoras de
saberes universales, hay que conocer mucho de muchas cosas y el estudio
en cualquier seminario debería tomarse como una simple introducción a
esta ciencia en la que es necesario que nos convirtamos en expertos
(Hebr. 5:13). Un pregonero que no transmite bien el mensaje de su rey, o
que no se interesa en hacerlo bien, debería cambiar de trabajo antes de
que el rey pierda la paciencia.
En definitiva, no tomen en poco este versículo, ni tengan temor del qué dirá hombre alguno. Basemos nuestras decisiones en nuestros estudios correctos de la Biblia, actuemos con una conciencia limpia ante Dios y procuremos que escriban el siguiente epitafio en nuestra lápida:
"Tuvo tan poco temor de los hombres, porque temió mucho más a Dios"
Porque como bien dice mi papá: "El miedo no es tonto" (1 Ped. 1:17).