Homenaje A Mi Querido Pastor
Él grabó a fuego en mi memoria unas palabras, acompañadas de una mirada de gentil advertencia: "Dígaselo, pero sea dulce"
En el año 1966 llegó a nuestro país apremiado por la urgencia del llamado. No conocía ni el idioma, ni el país. Ni siquiera estaba seguro que su sostén le iba a alcanzar, pero vino impulsado por lo que él llamó: "El Llamado". Me costó años entender a qué se refería con eso, o creerle cada vez que nos contaba que él amaba a Argentina. ¿Cómo se puede amar a un país? O que amaba a los argentinos. ¿Cómo se puede amar a un desconocido solo por su nacionalidad?
Estoy
hablando del Pastor Ricardo Todd, el hombre al cual Dios usó para
marcar una diferencia sustancial en mi vida y en la de mi familia. Si
hablo del Pastor Todd, hablo de gentileza en todo el sentido de la
palabra. Jamás escuché de sus labios una palabra áspera, aún cuando
estaba haciendo una crítica negativa. El grabó a fuego en mi memoria
unas palabras, acompañadas de una mirada de gentil advertencia, que aún
hoy resuenan en mis oídos cada vez que alguien me acusa de haber sido
demasiado duro a la hora de exhortar a mis hermanos: "Dígaselo, pero sea
dulce".
En
el año 1974 toda mi familia conoció el evangelio porque nos advirtió de
la existencia del infierno y nos señaló al Cristo de la Biblia. Desde su
púlpito aprendí que yo era una persona pecadora y que necesitaba
pedirle a Cristo que me perdonara mis pecados. Yo tenía 9 años cuando
acepté la salvación que Dios me ofrecía por medio de su ministerio y él...
no lo sé. Sólo podía ver a un hombre gentil, muy alto y enérgico, siempre
bien peinado y con una extraña manera de hablar que me invitó a aceptar a
Cristo, a mí y a toda mi familia.
Si hablo del pastor Ricardo Todd debo hablar de mi mentor. De horas de charlas ministeriales y paciente escucha de su parte. A su lado aprendí lo que él daba en llamar "la sana doctrina". Mi Pastor me enseñó por qué eramos Bautistas, pero por sobre todas las cosas Bíblicos. Con él aprendí dispensaciones y a pedir perdón, las doctrinas cardinales y a visitar casa por casa, la historia de los Bautistas y a usar la pala. Cuando lo criticaron injustamente, me enseñó con el ejemplo a pasar por alto la ofensa, a enfrentar a cualquiera que quisiera dañar lo que él protegió con más empeño: La integridad de la iglesia local. Le gustaba contar chistes, y entre risas y lágrimas me enseñó a sembrar la semilla del evangelio mientras me señalaba la cantidad de provincias que aún no tenían una iglesia Bautista Independiente. Por su influencia hoy soy misionero.
Si hablo del Pastor Ricardo Francisco Todd, debo hablar del amigo de mi padre. Mi papá siempre fue un hombre de carácter fuerte, honesto y frontal. En cierta forma se cumplió en ellos el popular adagio que reza que los polos opuestos se atraen. Mi Pastor es el hombre con el cual mi padre compartió viajes, almuerzos y cenas, trabajo ministerial, encuentros y desencuentros, en definitiva: el hombre al cual mi padre jamás dejó de considerarlo su amigo y pastor.
Si
hablo del Pastor Todd, hablo de mí pastor. Me siento orgulloso de
eso. Una cosa que él me enseñó es que no debo nunca juzgar a un
misionero por la misión que lo apoya ni por lo que dicen de él. Hay que
conocerlo personalmente y tratarlo por lo que es. El me enseñó que sí
era posible trabajar con otros Bautistas Independientes aunque no
estuviéramos cien por ciento de acuerdo en todo. Me dijo que era
necesario hacerlo así porque él podía ver la gran necesidad de iglesias
Bautistas Independientes que tiene Argentina y los pocos que éramos.
Mientras estuvo con nosotros mantuvo la unión con muchos pastores que
pensaban distinto, que se aglutinaron en torno a su figura y
aprovecharon su sabiduría, gentileza y ayuda para radicarse en el país.
Yo soy testigo del esfuerzo que hacía para que los misioneros que
llegaban, no se volvieran. Recuerdo que un día, con una mirada de
tristeza y resignación, me confesó que él contó un período de unos 15
años en los cuales no vio llegar al país a ningún nuevo misionero. Mi
pastor es un hombre de convicciones firmes, un siervo que me enseñó a
limpiar inodoros, y a tener un mensaje siempre preparado por si me pedía
predicar. Se armó de paciencia cuando le preguntaba por qué debía
hacer esto o aquello. Aun tengo fresca en mi memoria su rostro sonriente
diciéndome, "Hágame caso, vaya y hágalo porque soy el pastor", sin
darme
mayores explicaciones. El hacerle caso me salvó de meterme en muchos
problemas y forjó el ministerio que desarrollé posteriormente.
Si
hablo de mi Pastor, hablo del hombre de frases cortas que luego, me
encontré repitiendo a otros. "Espere a cruzar el puente", "Sea dulce",
"Le amo", "Sólo quedamos dos, y no confío en usted".
Hay una sola razón por la cual hablo de él en tiempo presente, y es por la esperanza bienaventurada que me transmitió y me llenó de coraje y consuelo. Por la fe que hemos puesto en el mensaje de la Biblia se que él no murió, vive y vivirá nítidamente en mi memoria. En este momento se encuentra contemplando el rostro de su Cristo, disfrutando tiempo con sus parientes y amigos que lo antecedieron. Sé que sigue orando por cada uno de sus hijos en la carne y espirituales; y por Argentina, el país al que le brindó todo lo que pudo, de la mejor manera que supo.
Se lo
que me diría por el sólo hecho de saber que voy a Cuba a continuar con
su legado. Él hubiera preferido que me quede en Argentina, pero está
contento de que cumpla con la voluntad de Dios en mi vida.
Estamos tristes porque hemos sufrido una leve separación momentánea, pero contentos por él. Sé que en este momento el Señor por su gracia lo ha convertido en un hombre plenamente bienaventurado. "Bienaventurado los muertos que mueren en el Señor, porque sus obras con ellos siguen." Sólo espero que las futuras generaciones no se olviden del hombre que me enseñó dos cosas que marcaron a fuego el rumbo de mi vida: Qué es el llamado, y cómo se ama a un país o a una persona sólo por su nacionalidad. Jamás me lo explicó, sólo me lo mostró y le voy a estar siempre agradecido por ello.