John Gibson Paton (1824-1907)
La primera vez que leí algo sobre la vida de este particular hombre de Dios, tenía cerca de 15 años. Lo hice de un libro que aún conservo con cariño, llamado "Héroes Y Mártires De La Obra Misionera", de Juan Vareto, publicado por: Casa Bautista de Publicaciones, en Argentina.
Sin duda, su valentía y determinación fueron fuente de inspiración y una de las tantas influencias benéficas con las cuales Dios me nutrió, hasta el día en que, a los 18 años de edad, el Señor me llamó a ser un misionero.
John Gibson Paton, nació el 24 de mayo de 1824 en Escocia. Trabajó con mucho éxito como evangelista en su país, pero siendo llamado por Dios para la obra en el extranjero, decidió dirigir sus pasos hacia las Nuevas Hébridas (actualmente República de Vanuatú), lugar donde dos misioneros, en años anteriores, habían sido devorados por los caníbales. Siendo que Paton había llegado a ser muy apreciado entre sus conciudadanos, muchos intentaron disuadirlo de "su locura".
-Los caníbales te comerán- le dijo un viejo cristiano que se empeñaba en hacerlo desistir de su resolución. Paton le respondió:
-Usted es ya anciano, señor, y pronto estará en la tumba comido por gusanos. Si yo consigo vivir y morir para glorificar al Señor, no hallaré ninguna diferencia entre el ser comido por los caníbales y el ser comido por los gusanos (Héroes y Mártires de la Obra Misionera, pág. 126).
¡Qué contestación! ¡Qué coraje! pensé. Recuerdo que dejé de leer y le comenté a mi hermano mis impresiones, leyéndole nuevamente estas palabras. -"¡Mirá vos!"- me respondió indiferente mientras continuaba sus actividades y yo volvía entusiasmado a mi lectura. Evidentemente el Señor, ya en aquella época, continuaba moldeándome a través de esta inspiradora vida.
Juan Paton llegó con su esposa y se estableció en una isla no evangelizada, llamada Tanna, en 1858, a la edad de 34 años. Desde el primer momento en que se estableció no vivió ni un día tranquilo. Los habitantes de la isla solían asesinar y devorar a sus víctimas frente a su casa, y en varias oportunidades la rodeaban en la noche con gritos amenazantes. Seis meses después de su llegada su esposa murió por una fiebre tropical tras dar a luz a su hijo, quien también falleció. Él mismo debió cavar la tumba y sepultar a sus amados. Entonces escribió: "Agobiado por el golpe que me hirió en el momento en que Dios acababa de establecerme en mi campo de trabajo, me parecía que iba a perder la razón. La fiebre me consumía y debilitaba considerablemente. El Señor, lleno de misericordia, me sostuvo. Yo cavé con mis propias manos, cerca de mi casa, la tumba donde junté los restos de mis bien amados, la circundé con trozos de coral y fue este sitio para mí, un lugar sagrado de oración durante los años que me consagré a la salvación de Tanna".
Cada día vivió en constante amenaza de muerte, como cuando un hombre enfurecido se abalanzó con su hacha levantada y el jefe Kaserounimi tomando una asada, paró el golpe y lo salvó de una muerte inminente. En varias oportunidades lo apuntaron con un fusil para matarlo, pero jamás lo hicieron, como si "algo" los detuviera. -"Las pruebas se sucedían sin interrupción y a menudo escapaba con dificultad, pero mi fe se robustecía" -escribió.
Los tanneses eran ladrones incorregibles que lo habían despojado de todo lo que tenía, inclusive las mantas, tijeras, martillos, gallinas, etc. Un día los nativos le preguntaron preocupados por qué se aproximaba un buque a la isla.
-"Posiblemente es un buque de guerra de la Reina Victoria, que viene para averiguar si vuestra conducta es buena o mala, si me habéis robado o amenazado". Estas palabras produjeron un efecto mágico, ya que al poco tiempo le depositaron frente a la casa una gran cantidad de objetos que le habían sustraído.
En 1862, tras cuatro años de indecibles sufrimientos, Paton, con otros dos misioneros, decidieron abandonar la isla, ya que la vida se había hecho insoportable. La última noche, los nativos rodearon la casa y le prendieron fuego a la casa aledaña. Entonces se desató una lluvia torrencial que apagó el incendio y truenos ensordecedores dispersaron a los atacantes.
Luego se retiró a Australia, donde pasó cuatro años predicando en las iglesias sobre la necesidad de enviar misioneros a los paganos.
En 1866 volvió a las Nuevas Hébridas y se estableció junto con su nueva esposa, en una isla llamada Ainiwa, donde renovaron las mismas pruebas que habían tenido en Tanna Sin embargo, al cabo de algunos años ganaron la amistad de algunos jefes y la obra se hizo alentadora.
La escasez de agua dulce llevó a Paton a cavar un pozo para extraer el precioso líquido, sin saber que esto iba a ser utilizado por Dios para la evangelización de la isla. Cuando anunció que cavaría un pozo profundo para ver si Dios "manda agua de abajo", lo tomaron por loco. Cuando el pozo tuvo cierta profundidad, se encontró con que nadie quería ayudarle. Todo lo contrario, trataban de disuadirlo de su locura. Sin embargo, a Paton le continuaban resonando dentro de su corazón las palabras "agua viva, agua viva". De vez en cuando trabajaba con el temor de dar con alguna roca dura o con agua salada que no sirviera para el consumo. Un día notó que el coral y la tierra salían humedecidos y anunció: "Creo que mañana, Jehová nos dará agua de este agujero".
Al día siguiente varios jefes de tribus se reunieron alrededor del pozo. Paton descendió ansioso de ver el resultado. Poco había trabajado, cuando el agua comenzó a brotar. Con manos temblorosas mojó sus manos en el húmedo líquido mezclado con la tierra del pozo, la llevó a su boca y la probó. ¡Era dulce!. Tal fue su gozo, que cayó de rodillas en el pozo, que comenzaba a inundarse, dando gracias a Dios por el feliz coronamiento de la empresa.
La noticia corrió con la velocidad de un rayo. Todos acudían a la aldea a ver "llover de abajo". Paton dijo que todos podían usar libremente el agua, por lo que la gente comenzó a ayudarle a amurallar el pozo. Hombres, mujeres y niños cooperaron, trayendo magníficos bloques de coral. Lo más extraño, es que luego procuraron abrir seis o siete pozos en la isla sin ningún resultado. Debido a esto, la gente concluyó: "Hemos aprendido a cavar, pero no a orar".
El viejo Jefe que tanto le había ayudado, a pesar de sus dudas, le pidió a Paton, permiso para hablar el domingo en la iglesia. Paton le dijo que no habría problema si él se encargaba de que todo el pueblo estuviera presente ese día.
La noticia de que el viejo Namakei iba a "ser misionero" ese día, se propagó como fuego y el domingo una multitud se reunió en la iglesia. Después de algunos actos devocionales, Paton anunció que el Jefe Namakei hablaría. Visiblemente emocionado, aquel hombre curtido por los años se levantó y comenzó a decir:
- "Amigos de Namakei, hombres, mujeres y niños de Aniwa, oíd mis palabras. Desde que el misionero vino aquí, nos ha estado contando muchas cosas extrañas que no hemos podido entender, cosas demasiado maravillosas; dijimos que eran mentiras. Los blancos pueden creerlas pero nosotros, los de color, éramos más sabios. Pero de todas las maravillosas historias contadas, la más extraña, fue la de ir debajo de la tierra en busca de lluvia. Comenzamos a decir que este hombre se había vuelto loco. Pero "Missi" oraba y trabajaba, diciéndonos que Jehová oye y ve, y que su Dios le daría lluvia de las profundidades de la tierra. Nosotros nos reíamos, pero el agua estaba allí. Nos hemos burlado de todas las otras cosas que el misionero nos dijo, porque no las podíamos ver, pero desde éste día yo creo todo lo que nos dijo acerca de Jehová, el Dios verdadero. Algún día nuestros ojos lo verán. Por lo pronto, hemos visto llover de abajo" -entonces comenzó a saltar y a sacudir el polvo de la tierra, y a exclamar con mayor elocuencia: "Pueblo mío, pueblo de Aniwa, el mundo se está dando vuelta desde que la Palabra de Jehová vino a esta isla. ¿Quién hubiera esperado ver lluvia viniendo de la tierra? Siempre ha venido de las nubes. Maravillosa es la obra de Jehová Dios. Ninguno de nuestros dioses contesta oraciones como lo hace el Dios de Missi. Amigos de Namakei, todos los poderes del mundo no hubieran podido hacernos creer que se podía obtener lluvia de las profundidades de la tierra. Pero lo hemos visto con nuestros ojos, sentido y gustado el agua que está aquí. Missi lo hizo con la ayuda de su Dios - y golpeándose el pecho añadió emocionado- algo aquí en mi corazón me dice que Jehová Dios sí existe, el invisible a quien nunca hemos visto y de quien nunca habíamos oído hasta que Missi nos hizo conocer... Desde este día, pueblo mío, yo adoraré al Dios que nos ha abierto un pozo que llena de lluvia cada día. Nuestros dioses no pueden ayudar como lo hace el Dios de Missi. Quememos, destruyamos y sepultemos estas cosas de madera y de piedra, y seamos enseñados por Missi a servir al Dios que oye, a Jehová que nos ha dado el pozo, y que nos dará toda bendición, porque el envió a su Hijo Jesús a morir por nosotros para llevarnos al cielo. Esto es lo que Missi nos ha estado diciendo cada día desde que llegó a Aniwa. Nos hemos burlado pero ahora le creemos. Namakei se pone al lado de Jehová."
El discurso de Namakei produjo un efecto extraordinario, Antes de que llegara la noche, ese domingo, los jefes de todas las tribus trajeron los ídolos de sus aldeas a la misión y los quemaron en una gran hoguera y los de piedra, fueron lanzados al mar.
Cuando Paton llegó a la isla, el canivalismo era practicado con naturalidad, cuando la dejó para ir a morir a Australia, prácticamente no había nativo que comiera su comida sin antes dar gracias al Dios Jehová, que la proveía.
Antes de morir, a la edad de 83 años, escribió:
Aniwa, lo mismo que Aneitoum, es una tierra cristiana. Jesús ha tomado posesión de ella y nunca más la dejará. Gloria, gloria a su bendito Nombre"
Si deseas conocer algunos datos más, que no incluyo en esta semblanza, puedes verlo en el siguiente video: