Identificando El Error

28.05.2020

Cuando un tema te interesa, por alguna razón que no alcanzo a explicar de otra manera más, que por que Dios nos hizo así, comienzas a percatarte de ciertos detalles que con el tiempo, terminan llamándote la atención de una manera inusitada.


Y algo que siempre me ha llamado la atención dentro del amplio campo misionero, es el empeño que he visto por tratar de justificar los errores cometidos con un "Debemos confiar que si Dios lo permitió, es porque Dios quiso que así ocurrieran las cosas".

Si para algo me sirvieron mis más de 30 años en el ministerio, es para, precisamente, entender que no se pueden mejorar el futuro, sin analizar el pasado en busca de aquellos errores que no deberíamos repetir.

Los pastores y misioneros que nos antecedieron en el ministerio cometieron errores, y aunque no debemos tratar de resaltarlos con el maléfico objetivo de desacreditar dichos ministerios, tampoco debemos evitarlos. El análisis de dichos errores cometidos, debe ser echo sin descontextualizarlos de su época y entorno social, pero sí deben ser analizados de la manera más objetiva posible.

Consecuencias De No Identificar Los Errores

Cuando nos negamos a identificar los errores cometidos en el pasado, no sólo nos arriesgamos a repetirlos, sino que exponemos a las siguientes generaciones de pastores a revivir las consecuencias que los mismos han acarreado a nuestras vidas, lo que hace que la obra misionera se resienta considerablemente. Un error, sin importar las razones que nos llevaron a cometerlo, atrasa el avance de la obra no sólo en nuestras vidas, sino también en el mundo, porque enmendarlo conlleva un proceso de maduración desarrollado en el tiempo al cual llamamos experiencia. Si la experiencia no es transmitida cruda y honestamente a la siguiente generación de pastores, estaremos condenando a éstos a gastar un tiempo irrecuperable de sus vidas, en aprender lo que se supone, el Señor nos permitió experimentar para que ellos sean consolados por medio de nosotros,  optimizando de dicha manera, su servicio (2 Cor. 1: 3,4).

Esta manera de ver las cosas, hace que nuestro pasado, adquiera mayor relevancia que el que le estamos dando, porque al ignorar la historia de aquellos misioneros cuyos ministerios influenciaron y le dieron forma a los nuestros, hace que no sólo repitamos los aciertos, sino también sus mismos errores. Creo firmemente que no es casualidad que muchas iglesias, pertenecientes a misioneros que vienen del mismo país, o agencia misionera, o tendencia cristiana, tengan esquemas y horarios similares de reunión o padezcan, la mayoría de ellas, los mismos problemas. La naturalización de los problemas bajo el lema "es normal, a todos nos pasa", deja de lado el análisis y paraliza el ministerio innecesariamente.

Problemas como la falta de financiamiento para sostener a un pastor tiempo completo, construir templos o enviar misioneros al mundo, deben ser analizados como un efecto negativo de errores cometidos que deben ser identificados y corregidos. No es posible que si la Biblia dice que debemos enviar misioneros al mundo, nosotros naturalicemos dichos problemas, con la creencia de que en esta parte del planeta, Dios no obra así.

La manera de hacer las cosas es detallada en la Biblia y la provisión de Dios es abundante, así que si hay escasez de recursos, aquellos que estamos en el ministerio, debemos aprender a padecerlos haciendo el bien, pero sin olvidar que nuestro trabajo y esfuerzo debe servir para facilitarles el ministerio a quienes nos secunden. Entonces, esto implica que debemos aprender a enseñar desde nuestros errores.

Enseñando Desde Nuestros Errores

Enseñar a partir de nuestros errores, no significa que debemos hacer públicos los detalles de nuestros pecados, pero sí implica que aquellos que nos escuchan, perciban que nosotros, aun estando en el ministerio, somos tan humanos y falibles como ellos (1 Cor. 15:9). Esta percepción no sólo hará que ellos se identifiquen con nosotros, sino también que anhelen el Obispado. Conozco muchas personas que tristemente creen que sus pastores son tan infalibles, que piensan que  nunca tendrán la dignidad suficiente que implica participar en el ministerio pastoral.

Enseñar a partir de nuestros errores es enseñarle a las personas que nosotros también sostenemos discusiones matrimoniales pecaminosas, pero que estamos trabajando en ello de la siguiente manera: y les explicamos lo que estamos haciendo; implica que les enseñemos que Dios desea que sus ministros vivan del evangelio, pero que les advirtamos que nosotros no supimos cómo hacerlo, en el caso de no haberlo logrado. Sin justificar dichos motivos, les explicamos que aún estamos estudiando el tema para poder identificar qué estamos haciendo mal para poder corregirlo. Al contrario, si lo hemos logrado, lejos de vanagloriarnos en nuestro "éxito", les enseñamos honestamente cómo aplicamos la Palabra de Dios al ministerio para que la provisión de Dios llegue.

El apóstol Pablo muchas veces señaló sus propios errores como ejemplo de lo que Dios puede hacer en la vida de cualquiera que, reconociéndolos, se pone a disposición de Su Creador (Hch. 26: 9-11; 1 Tim. 1: 12-13; etc.). El señalamiento de los errores y el análisis de los costos materiales y espirituales que acarrean, es lo único que puede ayudarnos a corregirlos, buscando las respuestas en un honesto examen de la Palabra de Dios.

La Corrección De Los Errores

Para corregir un error primero hay que identificarlo, y eso no es posible, a menos que poseamos un mínimo de análisis crítico hacia nuestro ministerio. Conozco varios pastores -gracias a Dios no son la mayoría- que han desarrollado el hábito de criticar a sus mismos miembros, sin darse cuenta que al hacerlo, critican sus propios ministerios. Cuando un problema se generaliza en la congregación, es necesario comenzar el análisis desde el liderazgo, y luego de descartar los errores propios, continuar con los ajenos.

La identificación se logra a partir analizar las consecuencias indeseadas del mismo. Pero lo que no debe hacerse, es confundir las consecuencias con el error mismo. Por ejemplo, analicemos el hecho de que la congregación no puede sostener a su ministro, que es un tema muy común en la obra misionera, por ser la mayoría de sus iglesias, incipientes: Este hecho no debe ser considerado un error en sí mismo, sino una consecuencia producida por un error o cadenas de errores que llevaron a dicha congregación asta ese lugar. La mayoría de los errores se reducen a una falta de enseñanza o a una enseñanza equivocada. No es posible revertir los resultados si creemos que declamando que hay que apoyar al pastor es suficiente. Sugiero encontrar en la Biblia cómo debe hacerse, por qué debe hacerse, y cómo revertirse dichas consecuencias.

El estudio, la meditación y la acción, deben ser las herramientas utilizadas para corregir los problemas, porque la sola crítica de quienes desarrollan determinadas prácticas indeseables, no es suficiente. Hay que identificar cuál es la enseñanza que ocasiona el problema, luego hay que entender el origen histórico por el cual dicha enseñanza caló tan fuerte en la congregación y luego hay que analizar si dicha doctrina -aveces es un conjunto de malas enseñanzas- son desechables a la luz de nuestros hallazgos bíblicos o no. Ocurre que aveces, ha habido no un error doctrinal, sino un error en la aplicación práctica. Otras, es una mala interpretación que ha causado ideas sincretistas originadas en una falta de comunicación. En el caso del ejemplo citado, podríamos revisar toda nuestra doctrina sobre la administración de las ofrendas en la iglesia, para hallar dichos errores.

En definitiva, se hace necesario dejar nuestro orgullo de lado, o la idea de que la gente nos vea como ejemplos a seguir, para lograr que sea Dios el que adquiera relevancia en nuestros ministerios. Esto sólo lo lograremos si al igual que Juan El Bautistas, poseemos la convicción de que "es necesario que yo mengüe, pero que Él crezca". Lo lograremos identificando nuestros errores, corrigiéndolos adecuadamente y enseñando por qué, las cosas que nosotros hicimos mal, la próxima generación de pastores, no deben darse el lujo de repetirlas.


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