LA LOGICA HIGHLANDER
Alguien debe quedar en nuestro lugar ...
"El último inmortal no existe"
Al llegar con mi esposa a la ciudad de Junín en 1997, la muerte no era parte de nuestros planes. Llegamos para servir, colmados de ganas de trabajar para Cristo. Sin embargo, cuando nació mi segunda hija, el parto se complicó a tal punto que los médicos no sabían si Alejandra sobreviviría la noche. Esas paralizantes horas de angustia modificaron mi manera de pensar, para siempre.
¿Qué hubiera pasado con la iglesia si Alejandra hubiera muerto? La respuesta es: La obra se hubiera detenido. Luego medité: ¿Y si yo muriera hoy? ¿Qué pasaría con la iglesia que pastoreo?
Uno de los daños que más se ha causado a la obra, es la actitud de muchos pastores de creer que vivirán eternamente. Dicha creencia los ha llevado a construir ministerios basados en su personalidad y control. Han edificado ministerios que orbitan alrededor de ellos, al punto tal, que no tienen a nadie preparado para tomar la obra en caso de que ellos no puedan hacerlo.
Por supuesto que la respuesta a mi última pregunta fue: La obra en Junín dejaría de existir.
He visto muchas iglesias desaparecer por este motivo. El pastor muere y no hay quien lo suceda. ¿Por qué? Porque tras varios años de ministerio no hubo nadie que reuniera ni siquiera las características para ser diácono, por supuesto, dicho desde el punto de vista de aquellos pastores. Pero dicho planteamiento, a mi entender, es una falacia construida para excusar falencias en el ministerio; porque: ¿Quién reúne, acaso, todas las características, todo el tiempo, para incluso ser pastor? Servir al Señor es un acto de la Gracia del Dios al que servimos, y no un mérito.
Cuando caí en la cuenta de la cantidad de cosas inconclusas que dejaría tras mi muerte, advertí que la manera en que desarrollaba mi ministerio debía cambiar. Entonces me arrodillé y le pedí a Cristo que me otorgara 4 años más de vida para ordenar mis cuentas. A partir de entonces mi visión del ministerio cambió radicalmente. Tenía cuatro años para lograr un ministerio consistente que me pudiera sobrevivir.
Eso me hizo revisar muchas de mis creencias y estándares que durante años formaron parte de mi educación teológica. Pronto tuve que encontrar justificativos bíblicos para admitir en el ministerio a personas que eran útiles, pero que no alcanzaban el estándar impuesto por mi mismo. Me dí cuenta que no tenía mucho tiempo para ganar almas, porque debía tratar con las personas que el Señor ya me había dado. Comencé a dedicarle más tiempo a ellas, aprendí a amarlas y a enseñarles a tiempo y fuera de tiempo. Necesité incrementar mis horas de estudio bíblico y pronto debí convertir mi casa en un centro de trabajo, donde los colaboradores venían a planear el trabajo semanal, a pedir consejo, a ser discipulados o simplemente a pasar tiempo juntos. Por mucho tiempo la obra se estancó en el sentido de que no creció en asistencia, pero los hermanos poco a poco comenzaron a involucrarse en diferentes ministerios. Tras dos años de trabajar de esa manera, no tenía una obra numerosa, pero sí un grupo de hermanos comprometidos con el servicio. Me quedaban dos años ¿Qué podía hacer? ¿Me concentraba en aumentar mi asistencia o en darle crecimiento espiritual a los ya convertidos? Pronto comencé a enseñarles sobre la responsabilidad que pesaba sobre cada creyente, de compartir lo que Cristo hizo en sus vidas, con el motivo de que ellos aprendieran a evangelizar. Implementamos el discipulado como lo advertí en la Biblia y la obra creció un poquito más, sin embargo, aún no podían sostener a un pastor. Se supone que el tiempo de mi partida estaba cercano, pues le había pedido a Cristo sólo cuatro años. No había tiempo para ser muy cortés con las enseñanzas sobre el dar para la obra.
Gracias a Dios, el Señor me dio más tiempo del que le pedí, lo que me sirvió para lograr que la obra se autofinanciara lo suficiente como para sostener a un pastor, y aunque los hermanos están lejos de poder sostenerlo tan dignamente como se propusieron, la obra ya camina sin mí, hacia aquella meta.
Finalmente me marché y ahora estamos tratando de llegar a Cuba con el evangelio. El pensar en términos tan cortos y drásticos como la muerte para planear el ministerio, me ayudó a poder dejar en manos de un hombre plagado de faltas -pero llamado a pastorear- la responsabilidad de guiar a mis queridos hermanos en el trabajo de Dios en aquella ciudad. Sí, escucharon bien: "plagado de faltas" dije. Es que el hermano que dejamos tiene 30 años y tantos defectos como yo los tuve a su edad. Sin embargo mi tiempo pasó y ahora, comienza el suyo. Estoy feliz de que el Señor me haya permitido ver el comienzo de la próxima generación en la Iglesia Bautista Bíblica Junín.
Necesitamos entender que la obra no es nuestra. La iglesia es edificada por Cristo y el crecimiento lo da Dios. Nuestro trabajo debería ser facilitar el camino a la próxima generación de pastores, dejándoles una iglesia en mejores condiciones que la que comenzamos, y nunca pensar que somos los únicos que podemos pastorearla. Porque la verdad del asunto, es que los pastores también morimos, también tendremos que rendir cuentas, y esa muerte podría llegar hoy mismo.
La desaparición de iglesias por este motivo afecta el apoyo económico de muchísimos misioneros que, paradójicamente, desarrollan sus ministerios en el extranjero, con la misma "lógica highlander": todos creen ser el último inmortal y no lo son. Todos moriremos y la gran pregunta debe ser contestada: Si hoy murieras: ¿Quién tomaría tu lugar en la obra?