Una Vida Extraordinaria
El 9 de Octubre de 1774, fallecía David Brainerd, a la temprana edad de 29 años, en casa de su amigo y padre de su novia, el eminente teólogo Jonatan Edwards, rector de la Universidad de Princetown, quien no pudo ofrecer mejor servicio a la causa de Cristo, que el que prestó escribiendo la vida del difunto.
David Brainerd nació el 20 de abril de 1718 en Haddam, Connecticut, Estados Unidos. Era hijo de Hezekiah Brainerd, del consejo de su Majestad David y Dorothy Hobart, hija del reverendo Jeremiah Hobart y nieta del reverendo Peter Hobart . Su padre falleció a sus nueve años de edad y su madre cuando tenía 12.
Tras aceptar a Cristo como Salvador de su alma, ingresó en Yale College para prepararse para el ministerio, pero tres años después ocurrió algo que motivó su expulsión. Eran los tiempos del Gran Despertar y Brainerd simpatizaba con las 'Nuevas Luces' (Whitefield, Tennent y sus seguidores), asistiendo a sus reuniones cuando estaba prohibido hacerlo. Además, criticó a uno de los tutores del colegio diciendo que 'tenía menos gracia que una silla'. Esta declaración llegó a oídos del rector Clap, quien ordenó que se disculpara ante profesores y estudiantes. Al negarse a hacerlo y estar asistiendo a reuniones no autorizadas por el colegio, fue expulsado. En 1743, se ofreció a disculparse a cambio de su titulación, pero le fue negada, acto que algunos del clero desaprobaron. Existe una tradición que afirma que esa negativa fue el catalizador para la fundación de Princeton College, cuyos primeros tres presidentes estuvieron entre los más firmes defensores de Brainerd. Tras estudiar con el reverendo Jedediah Mills de Ripton, Connecticut, obtuvo la licencia para predicar por la asociación de ministros de Danbury, Connecticut, el 29 de julio de 1742 y el 25 de noviembre fue aprobado como misionero por los representantes en Nueva York de la Society in Scotland for Propagating Christian Knowledge, trabajando entre los indios en Kaunaumeek.
Después de completar sus estudios para el ministerio escribió: "Prediqué el sermón de despedida ayer por la noche. Hoy por la mañana oré en casi todos los lugares por donde anduve, y después de despedirme de mis amigos, inicié el viaje hacia donde viven los indios".
Al leer el diario de David Brainerd, uno podría llegar a confundir al hombre con un místico. Encontramos que oraba durante muchas horas del día y durante muchos días, confesando su pecado con una conciencia tal, que se sentía débil y derrotado clamando por su alma y la de las personas que lo rodeaban. Incluso uno podría especular que el hombre sufría de una profunda depresión. Sin embargo, la efectividad de su ministerio fue de tal magnitud, que resulta inequívoco que Dios obró en sus días de manera espectacularmente milagrosa, por lo que algunos llegaron a comparar su ministerio con el de los apóstoles de Cristo.
"Dediqué todo el día para ayunar y orar, implorando a Dios que me diese su guía y su bendición para la gran obra que tengo delante, la de predicar el evangelio. Al anochecer, el Señor me visitó maravillosamente durante la oración; sentí mi alma angustiada como nunca ... sentí tanta agonía que sudaba copiosamente. ¡Oh cómo Jesús sudó sangre por las pobres almas! Yo anhelaba sentir más y mas compasión por ellas".
De camino a su campo misionero, el joven se perdió y se encontró en un bosque que no conocía. Era tarde y el sol ya se ponía en el horizonte, cuando nuestro héroe, cansado por el largo viaje, divisó las espirales de humo de las hogueras de los indios pieles rojas. Después de apearse de su caballo y amarrarlo a un árbol, se acostó en el suelo para pasar la noche, orando fervorosamente. Sin que él se diera cuenta, algunos pieles rojas lo siguieron silenciosamente, como serpientes, durante la tarde. Ahora estaban parados detrás de los troncos de los árboles para desde allí contemplar la escena misteriosa de una figura de rostro pálido, que sólo, postrado en el suelo, clamaba a Dios.
Los guerreros de la villa decidieron matarlo sin demora, pues decían que los blancos les daban agua ardiente a los pieles rojas para embriagarlos y luego robarles las cestas, las pieles de animales, y por último, adueñarse de sus tierras. Pero después que rodearon furtivamente al misionero, que postrado en el suelo oraba y oír como clamaba al Gran Espíritu, insistiendo en que les salvase el alma, se fueron tan secretamente como habían venido.
Al día siguiente el joven, que no sabía lo que había sucedido a su alrededor la tarde anterior mientras oraba entre los árboles, fue recibido en la villa de una manera que no esperaba. En el espacio abierto entre los Wigwams (barracas de pieles), los indios rodearon al joven, quien con el amor de Dios ardiéndole en el alma, leyó el capítulo 53 de Isaías. Mientras predicaba, Dios respondió a su oración de la noche anterior y los pieles rojas escucharon el sermón con lágrimas en los ojos. Pero a pesar de que los indios le dieron amplia hospitalidad, concediéndole un sitio para dormir entre un poco de paja, y escucharon el sermón conmovidos, Brainerd no se sintió satisfecho y continuó luchando en oración, como lo revela su diario:
"Sigo sintiéndome angustiado, esta tarde le prediqué a la gente, pero me sentí más desilusionado que antes acerca de mi trabajo; temo que no va a ser posible ganar almas entre estos indios. Me retiré y con toda mi alma pedí misericordia, pero sin sentir ningún alivio".
Entre las cosas que destacamos de la vida de David Brainerd es que era un hombre de oración honesta que contaba con una profunda pasión por ver las almas a los pies de Cristo. Su forma de trabajar fue resumida por él mismo en la siguiente frase:
"Agradar a Dios, Darle todo a él, y consagrarse completamente a Su obra"
La predicación de este hombre produjo un despertar espiritual hacia Dios de tal magnitud, que miles de indios acudían a escucharle.
"Pasé la mayor parte del día orando, pidiendo que el Espíritu Santo fuese derramado sobre mi pueblo ... oré y alabé al señor con gran osadía, sintiendo en mi alma enorme carga por la salvación de esas preciosas almas. Diserté a la multitud sobre Isaías 53:10: "Con todo eso Jehová quiso quebrantarlo". Muchos de los oyentes entre la multitud, de tres a cuatro mil personas, quedaron conmovidos, al punto que se escuchó un gran llanto como el llanto de Adradimón.
A veces andaba de noche perdido en el monte, bajo la lluvia y atravesando montañas y pantanos. De cuerpo endeble, se cansaba en sus viajes. Tenía que soportar el calor del verano y el intenso frío del invierno. Pasaba días seguidos sufriendo hambre. Ya comenzaba a sentir quebrantada su salud. En ese tiempo estuvo a punto de casarse (su novia fue Jerusha Edwards, hija de Jonathan Edwards) y establecer un hogar entre los indios convertidos, o regresar y aceptar el pastorado de una de las iglesias que lo invitaba. Pero él se daba cuenta de que no podía vivir, por causa de su enfermedad, más de uno o dos años, y entonces resolvió arder hasta el final.
Así,
después de ganar la victoria en oración, clamó:
"Heme aquí Señor, envíame a mí hasta los confines de la tierra; envíame a los pieles rojas del monte; aléjame de todo lo que se llama comodidad en la tierra; envíame aunque me cueste la vida, si es para tu servicio y para promover tu reino..."
Pronto la tuberculosis lo venció y se vio obligado a regresar a la casa de Edwards a pedir ayuda. Lugar donde fue llamado a la presencia de su Señor. Nueve meses después su novia fue sepultada a su lado, y algunos años después, Edwards pidió ser sepultado al otro lado de aquel sepulcro.
J. M. Sherwood ha dicho que "su historia ha hecho más para desarrollar y moldear el espíritu de las misiones modernas y para encender el corazón de la iglesia cristiana que la de cualquier hombre desde la era apostólica".
Guillermo Carey no dudó en declarar que la vida y ministerio de Brainerd fue la que lo inspiró para llegar a Calcuta.
Para David Brainerd, el deseo más ferviente de su vida era arder como una llama, por Dios, hasta el último momento, como él mismo lo decía:
"anhelo ser una llama de fuego, constantemente ardiendo en el servicio divino, hasta el último momento, el momento de morir"
Nadie como la vida de este personaje para entender las palabras escritas en el libro de Apocalipsis:
Apo. 14:13 "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Se dice que este joven hizo más por las misiones entre los indios americanos en tan solo tres años, que lo que lograron muchos en 30 años de ministerio.
Su secreto: "Se creyó demasiado pecador, para poder hacerlo"
"Repentinamente sentí horror de mi propia miseria. Entonces clamé a Dios, pidiéndole que me purificase de mi extrema inmundicia. Después, la oración adquirió un valor precioso para mí. Me ofrecí con gozo para pasar los mayores sufrimientos por la causa de Cristo, aunque me desterraran entre los paganos, con tal de poder ganar sus almas..."
David Brainerd